Dicen que llevan capa negra y su traje es blanco, que tienen
una misión y que se sienten elegidos para ella. Su fuerza es la Fe y su símbolo
la luz del evangelio. Como todo superhéroe también tienen una debilidad: la
misericordia por los más desfavorecidos. Luchan por la justicia y la dignidad
de los últimos acercando la Verdad contemplada a todo ser humano.Ayer pude contemplar a uno de ellos.
Ayer domingo tuvimos la suerte de poder acompañar a Fray
Hilario en su ruta dominical por las comunidades para celebrar.
Fue un regalazo de día. Pude apreciar en primera persona el
esfuerzo que los misioneros dedican a llevar la palabra a aquellos que apenas
tienen recursos y que por su situación de aislamiento no pueden acercarse a
participar de la celebración eucarística.
Reconozco que ocurrieron tantas cosas, y mi corazón está tan
agitado que no sé si podré poner orden a mis ideas en este escrito. Pero
realmente fue impresionante. Disculpas pero allá voy: Dios Existe. Si no fuera
así, estos hermanos nuestros no harían lo que ayer hicieron por celebrar la
eucaristía con los últimos de esta región del Madre de Dios. Si no hubieran
tenido experiencia de algo,-o mejor dicho de Alguien-, no habría explicación
para complicarse la vida de esa forma. Me pasé todo el día tomando notas,
videos, fotos, cuando no me descubría perplejo y boquiabierto por todo lo que
estaba contemplando. A cada instante había un nuevo matiz evangélico que cubría
esa ruta dominicana.
Salimos a las 7 de la mañana para llegar a Salvación a
celebrar. Y volvimos a las 18.30 a la misión para celebrar la última eucaristía
con los chicos del internado y la gente de Shintuya. No paró ni un momento.
Partimos de la misión y con nosotros venían dos chicos que se quedarían en
salvación con sus familias mientras nosotros seguíamos nuestra ruta para
acercar la palabra a las gentes de la zona.
Según íbamos avanzando, Fray Hilario se iba deteniendo por
las pequeñas casas que se iba encontrando para dejar la hoja dominical. Su
claxon era reconocido por las familias que salían a su encuentro. Familias que no
tendrían la suerte de tener misa ese fin de semana y que por lo menos se
sentirían más cerca leyendo las lecturas dominicales.
No había tiempo que perder. Un simple claxon, un apretón de
manos, un afectuoso saludo y un proseguir la marcha hacia todas las casas antes
de llegar a Salvación. Nunca sabes lo que te puedes encontrar en estas
carreteras y el tiempo apremia si quieres llegar a tu destino.
Al momento paró la camioneta, no vimos ninguna casa y nos
extrañó.
-“Está sólo”. Dijo el misionero. Y bajando del carro se
dispuso a abrir la parte de detrás para que un anciano que iba andando por el
camino hasta Salvación (en coche son 1,5 horas), pudiera subirse y acercarle a
comprar su comida del día.
Rápidamente volvió a subirse, prosiguió con su ruta. No sé a
cuantas personas les dimos la hojita dominical (ésa que muchos de nosotros
apenas le prestamos atención cuando vamos a nuestras confortables iglesias de
Madrid por el ladrillo intelectual que son). Pero para esa gente era más que un
papel, era saber que son importantes para alguien.
El camino iba avanzando. Y este Superhéroe,-perdón, Dominico-,
iba cumpliendo su misión de acercar la la palabra a los pocos que se
encontraba. Otra persona nos paró y nos pidió que le lleváramos a Salvación. La
niña por lo que nos contó después Fray Hilario era adventista. ¡¡Viva el
ecumenismo de carretera!! ¡¡Ése que acerca a las personas más allá de la
interpretación bíblica y los encuentros formales de las instituciones!!
Aquí las comunicaciones son pésimas. Por no decir que son casi
inexistentes y las familias que viven en medio del camino no tienen forma de
acercarse al centro dónde adquirir lo mínimo para vivir.
No sé cuántos terminamos en la camioneta, pero después de
más de una hora de trayecto comenzaron a bajar del carro personas como si de un
concurso televisivo se tratase: ¿cuantos caben en la nave de este superhéroe, -perdón
Dominico-.?
En Salvación pudimos celebrar con una comunidad muy sencilla
y acogedora la Eucaristía. En esta capilla hay un grupo “estable” de catequesis
y confirmación acompañado por una laica y Fray Hilario.
Cuando terminamos la celebración marchamos para otra comunidad
en la que viven sólo cinco familias a celebrar otra Eucaristía. Para ir a ella
teníamos que retroceder en nuestro camino que habíamos andado toda la mañana.
Pero antes volvimos a subir a otra persona.
Comenzamos de nuevo la marcha y Fray Hilario, como el gesto más natural y con
extremada prudencia, paró, bajó la ventanilla y casi sin que nadie lo viera, le
dio algunos soles para comprar algo de comida a un anciano ciego que había
cerca de la iglesia de Salvación.
Cuando llegamos, comenzó a barrer la capilla y limpiarla de toda
clase de arácnidos. Celebramos. El número de asistentes eran tres. Todos de la
misma familia. Sacó unos caramelos, los compartimos después de la celebración y
rápidamente este superhéroe,-perdón Dominico-, emprendía un nuevo trayecto
hacia Alto Carbón a celebrar otra eucaristía. En este caso sería una comunidad
totalmente aislada por este río y que su patrón es Santo Domingo.
Pasaban las horas y los ríos, baches, socavones, curvas
cerradas, troncos, rocas… no podían impedir que este Dominico acercara la
palabra a esa comunidad.
Adentrándonos en el río Carbón, hubo un instante en el que
no se veía la huella de los camiones por donde el río es más bajo. Nadie había
pasado por allí posiblemente desde el viernes y las lluvias del fin de semana
habrían borrado el último rastro. Cruzar el río es peligroso, porque nunca
sabes lo que te puedes encontrar y cuanto puede crecer el caudal en las
próximas horas.
El coche se paró. “Ay! Hemos perdido el rastro!” dijo Fray
Hilario lamentándose. El calor era asfixiante y después de llevar horas rumbo a
esa comunidad, no íbamos a poder lograr nuestro objetivo. Fue entonces cuando
este superhéroe,-perdón Dominico-, sin perder su mirada en el río, sacó su superpoder. Dicen que todo superhéroe,
tiene siempre guardado un superpoder que lo usa en casos extremos ante la
adversidad y ésta era una ocasión más que apropiada para ello.
Echó el freno de mano, miró hacia sus pies y comenzó a
desabrocharse sus botas. Yo no podía creer lo que estaba observando. Se quitó
los calcetines y comenzó a arremangarse los pantalones. Dicen que este Superpoder
lo aprendieron de su Maestro que se
arrodilló ante otros siendo capaz de mover montañas y transformar a las personas.
Se bajó del coche y comenzó a adentrarse en el río para cerciorarse de su profundidad y
las posibilidades de ser cruzado. Se mojó hasta casi la cintura. Cruzó el río y
volvió a donde nos encontrábamos. Sin calzarse de nuevo, quitó el freno de mano
y comenzamos a cruzarlo.
Lo único que inundaba el carro era el silencio y una mirada
fija en llegar al otro lado del río. Silencio
que se rompió por un espontáneo aplauso
iniciado por mi compañera de misión Carmen y por una pregunta que lancé:
-¿Cuántas familias nos esperan?
-Dos. Me contestó Fray Hilario
Mi mente comenzó a “echar cuentas” de lo que estábamos haciendo:
¡¡¿Dos?!! ¡Llevábamos más de cinco horas ya en el carro, con gasolina gastada,
ruedas, tiempo, y pasando riesgos en un camino que no se lo desearía ni a mi
peor enemigo para celebrar cincuenta minutos con tan sólo dos familias!!! Eso
en la lógica del mundo lo tacharían de poco rentable, ineficiente, poco eficaz,
insensato, imprudente, o simplemente nos convenceríamos para no hacerlo con la
tan manida frase: “no merece la pena”… pero entiendo que la lógica que siguen estos
misioneros Dominicos es la del Reino y la de la Alegría que uno siente cuando ha
encontrado un tesoro escondido, una perla preciosa , la oveja perdida, un grano
de mostaza, y no puede no salir corriendo a contarlo a otros.
Continuamos atravesando el ancho río Carbón por sus tramos
secos, hasta que encontramos a una de las familias que iban a acudir a la misa.
Serían ya las 13 horas. ¡¡Iban andando por todo el río Carbón simplemente para escuchar misa!! Descalzos,
cargando alimentos y con su hija pequeña bajo un sol de justicia. En ese
instante recordé esa “pereza dominguil” que a veces me invade para celebrar la
eucaristía… y simplemente me volví a quedar boquiabierto.
Por fín llegamos a la comunidad de Alto Carbón, todavía nos quedaba volver a cruzar el río;
esta vez a pie, para poder llegar a la capilla. Nos encontramos con esa familia
que celebraban a Santo Domingo como su patrón. Gente humilde y que llevaban
esperándonos desde las 10,30 horas sin saber si al final llegaríamos. Una vez
celebrado, el Dominico,-que no superhéroe-, sacó unas gaseosas y unos caramelos
para compartir con ellos. Aprovecharon para pedirnos ropa, y contarnos la
problemática que tienen al encontrarse tan aislados . Se creó un clima de
encuentro en el que “donde dos o más se reúnen en mi nombre…”; encuentro que a
todos los que estábamos allí nos llenó de Espíritu.
Nos despedimos. No había tiempo que perder y teníamos que
llegar a la última celebración en Shintuya a las 18.30. Pronto anochecería y no
sabríamos lo que el camino de vuelta nos iba a deparar.
C.Luna-Unidos en Misión!!